Toda Sevilla, Señor, es borde de tu camino;
toda su luz, resplandor, de tu farol encendido;
todo su aire, como el paso de tu sublime martirio;
Todos sus balcones, jarras cinceladas de platino;
toda su gracia, faldones a tu sereno equilibrio;
todas sus calles y plazas amargura sin sonido;
toda su sombra, la túnica de tu cuerpo dolorido;
todo su mirar agujas, bordándola de oro fino;
todas sus copas saetas clavándose en tus oídos;
toda su voz, capataz para alzarte con cariño;
todas sus flores, claveles para cuajarte en los frisos;
todo vuelo, golondrina para arrancar tus espinos;
todo recuerdo, oración; todas las promesas, lirios;
todas las fuentes, de llantos;
todo el silencio delirio y anónimo costalero, la blanca flor del suspiro.
¡Quien vio cruzar al Gran Poder,
vio caminar a Dios mismo!
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